21 de diciembre de 2021

Herencia de Dios son los hijos



HERENCIA DE DIOS SON LOS HIJOS

Salmos 127:3-5 Reina-Valera 1960 (RVR1960)

3 He aquí, herencia de Jehová son los hijos; Cosa de estima el fruto del vientre.

4 Como saetas en mano del valiente, Así son los hijos habidos en la juventud.

5 Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; No será avergonzado Cuando hablare con los enemigos en la puerta.

Los hijos son una bendición de Dios, Él es el creador de la vida y quien da vida a nuestro vientre. A través de los hijos de Adán y Eva, se pobló la tierra. Dios le prometió a Abraham hijos: “Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia” (Génesis 15:5).  De su descendencia nació Jesucristo y  toda persona que ha nacido de nuevo; somos parte de la promesa dada a Abraham. Dios prometió hijos, bendijo con ellos y continúa bendiciendo a través de ellos. En el Antiguo Testamento, se consideraba una gran bendición tener hijos y se reconocía a Dios cómo el dador de ellos (Gn. 30:2,18; 33:5; 48:9; Dt 7:13).  En la antigua Israel, la importancia de los hijos se puede apreciar en la ley del matrimonio por levirato, que aseguraba la continuidad de la línea familiar (Deut. 25:5-10; Sal. 127:3-5). Ellos también constituían el instrumento por el que se transmitían las tradiciones antiguas y la Palabra de Dios (Ex. 13:8-9,14; Deut. 4:9; 6:7). Por otra parte, en el Nuevo Testamento, Jesús afirma la importancia de los niños y la relevancia que tienen para Él (Mateo 18:2-14; 19:13-14). Los hijos son una bendición de Dios, por las tristezas y por las alegrías que nos brindan.  Junto a ellos sentimos amor, gozo y compañía.  Ellos son parte de nuestro prójimo y los amamos como a nosotros mismos (“Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda  tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” Lucas 10:27). Con ellos experimentamos un amor desinteresado y ponemos en acción todos los frutos del Espíritu (“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” Gálatas 5:22-23). Por obediencia a Dios, les enseñamos la Palabra de Dios y preparamos sus corazones para que sean seguidores de Cristo (Deut. 6:5-9, Prov. 22:6). Por otra parte, a través del fruto de nuestro vientre, Dios nos prueba y crecemos en Gracia (“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” Santiago 1: 2-4). En los momentos difíciles, nos acercan más a Dios mediante la oración y la búsqueda constante de Él.  Nos muestran  la relación entre el Padre (Dios) y el hijo (Jesucristo). Según Dios nos perdona a través de Jesucristo, nosotros perdonamos a nuestros hijos cada vez que nos fallan. Con ellos, experimentamos dolor pero también vemos la mano de Dios obrando en cada situación. Demos gracias a Dios por nuestros hijos y por la obra que hace en nosotros a través de ellos (“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” 1 Tesalonicenses 5:18) .

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